Jaquetón

Los mejores recuerdos son los que nacen del agradecimiento: -Jaquetón fue uno de ellos.

Surgió como un encargo de Roberto Lam cuando, gracias a su talento y dedicación, el Ajedrez tuvo su mejor momento en nuestro pueblo.

Como escuderos de un invencible Quijote, mi primo Jesús (Chuíto) y yo, fuimos nombrados por Roberto como miembros de la Comisión Provincial de Ajedrez Postal y Activistas también del Ajedrez Vivo en La Salud. ¡Qué rimbombante!

Éramos un par de muchachos con muchos sueños.

Una vez terminados los preparativos de un torneo de primera categoría y en la víspera de su inauguración Roberto puso en mis manos medio millar de hojas blancas y una pequeña imprenta de manos:- preciosa caja de madera repleta de gomigrafos con todas las letras, los números y algunos símbolos muy útiles.

-A partir de mañana,  – me dijo-  vas a escribir un reportaje de lo sucedido en cada ronda; lo mecanografías con cuidado en estas hojas membreteadas  y al día siguiente lo publicamos en el mural de la Academia. Puedes firmarlo con tu nombre o con un seudónimo pero, lo importante es que todos sepan que también tenemos periodista.

No lo dudé. Es más, no sé por qué, lo consideré adecuado.

El índice del primer periodiquito contenía la introducción al torneo, una semblanza sobre uno de los participantes, la transcripción de la mejor partida ejecutada durante la noche, la tabla de posiciones y una anécdota jocosa.

Cuatro horas antes de comenzar la segunda ronda, se exhibían muy orondos en el salón de la Academia el boletín y su flamante escritor.

Reynaldo Rodríguez Cordero, maestro insigne de los saludeños, participaba en el torneo y era además mi maestro de Educación Física en la escuela.

Lo vi emocionado frente al mural leyendo con mucha pausa todo el reportaje. Al finalizar me felicitó con entusiasmo, me halagó delante de los curiosos que ya merodeaban por el salón, hizo hincapié en lo picante de la anécdota y me llevó aparte…

-Mira lo que tengo que decirte. Encontré dos o tres faltas de ortografía que deslucen tu esfuerzo. Eso no tiene que pasar. No es una crítica, es una alerta, y desde ahora me ofrezco para revisar lo que escribas antes de colgarlo ahí.

– Muchas gracias maestro. Así será.

En la casa comenté el descalabro con mi único hermano, que siempre ha sido maestro y guía en todo, y como era de esperar también  me ofreció sus servicios y me regaló además un prontuario ortográfico que me sirvió de mucho.

A estos tres maestros en mi vida, a Roberto, a Reynaldo y a mi hermano Pedro José, les agradezco de corazón su buena vibra.

Luis Carlos Coto Mederos

Víbora Park, abril del 2023

Crónicas surrealistas

Los jueces legos son, generalmente, personas de bien y de reconocido prestigio en su comunidad que, por no poseer conocimientos  profesionales sobre leyes, reciben una  capacitación básica y debida autorización para colaborar en la impartición de justicia.

Durante los años 70 y quizás principios de los 80 del pasado siglo se hizo norma en Cuba que muchos asuntos menores se dirimieran en esas instancias locales, a menudo improvisadas, sin necesidad de ir a las cortes.

Yo era un jovenzuelo que comenzaba a transitar la enseñanza media superior y la curiosidad propia de los adolescentes me llevó a presenciar aquellos actos de verdadera justicia quijotesca.

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En uno de ellos, una vetusta señora, muy apreciada por todos, era acusada de un presunto fraude en la libreta del consumidor.

 Es preciso aclarar que en aquella época existían dos libretas establecidas por La Oficina del Registro de Consumidores (OFICODA) para el control de las ventas: la de la bodega y la de la tienda; diferenciándose ambas por los tipos de productos que podían comprarse con ellas. La comida con la de la bodega, activa aún; y la ropa de todo tipo y zapatos y juguetes, con la de la tienda, ya en desuso.

Pues el caso versaba sobre la posible alteración en el documento oficial de la tienda que señalaba como comprada la prenda de lencería correspondiente a ese año: un juego de blúmer.

 El amparado juez preguntó a la señora, con evidente pesar, si era cierto que había adulterado la anotación hecha por la tendera con el propósito de poder comprar otro juego de blúmer y la respuesta fue contundente:

-Claro que no, ¿a quién se le ocurre? Mire, para que sepa, a esta edad y desde hace mucho tiempo yo no me pongo blúmer.

Aquello dicho tan abiertamente y en público causó una inmensa explosión de risas en los asistentes.

-Absuelta, absuelta, dijo el jefe del tribunal, para cortar la trama del ridículo.

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Otra noche,- siempre se celebraban estos juicios a las 8:30 de la noche-, se dilucidaban las circunstancias en las que un pelotero, también persona muy querida, había agredido a un fanático al finalizar un partido de la liga municipal. El tema del desacuerdo era la pelota pero, el agredido juraba no haber ofendido personalmente al agresor, razón por la cual éste comenzó a narrar los hechos, las frases dichas y en el fervor de los intercambios aparecieron, ahora frente al auditórium, las mismas ofensas que dieron lugar a la golpiza.

 ¡Qué les cuento! …Todo devino en una nueva piñacera, ahora delante de los estupefactos jueces.

Algunos auxiliares de la policía que custodiaban el lugar intervinieron para restablecer el orden y el juicio fue reprogramado para otra fecha.

No estoy seguro, pero creo que nunca llegó a celebrarse.

——

La tercera noche, y con ésta termino pues no quiero emular con la novela de las novelas,- el anónimo árabe “Las Mil y Una Noches”, fue convocada para atender cierto robo.

Resulta que un vecino acusaba a otro de haberle robado un caballo negro que tenía en el patio de su casa. Bien, así decía el acta levantada en la unidad de policía donde se hizo la denuncia. Así se leyó por el secretario del jurado.

El acusado se defendió diciendo que no había robado nada, que dicho caballo era suyo y se lo había cedido al denunciante varios meses atrás.

-Vamos a ver, dijo el juez, determinemos primero quién es el legítimo dueño del caballo:

¿A nombre de quién está el caballo?

-De ninguno, señor juez. Ese caballo es mío hace mil años y yo se le cedí a él porque me dijo que le hacía falta, pero él nunca lo utilizó para nada.

El público rumoraba.

-Orden, orden… ¿A nombre de quien está la propiedad del caballo en el CENCOP? (Centro Nacional de Control Pecuario).

– De nadie, señor, dijo el otro. Es cierto que él me cedió el caballo como dice, por tanto es mío, y pienso utilizarlo un día, pero entró a mi patio y se lo llevó, sin decirme nada.

-Orden. Repitió el juez al público que se divertía de lo lindo… Alguien tuvo que registrarlo en el CENCOP. ¿A nombre de quién está?

– Yo no sé qué es el CENCOP. Yo sólo sé que él no le dio uso al caballo y yo lo necesité con urgencia. Fui a su casa, no había nadie y como es costumbre de vecinos entré hasta el patio, lo descolgué de la pared y me lo llevé con la intención de decírselo después.

-¿Cómo? ¿Dónde estaba el caballo? Dijo asombrado el juez.

Colgado en la pared del patio, respondieron al unísono ambos contendientes.

El juez, preclaro y jocoso preguntó entonces:

-¿Sería Niágara, Universal o Goriche el tan llevado y traído “caballo”?

– Universal, señor, volvieron los dos a un tiempo.

El juicio fue suspendido entonces por errores en la redacción del alta donde no se especificó que se trataba de una pieza o parte de una bicicleta.

Luis Carlos Coto Mederos

Víbora Park, 01 de abril del 2023

El más Orate

¡Le ganó, le ganó! ¡Qué clase ‘e gallo ‘e pelea! Así gritando subió al escenario del Círculo Familiar de nuestro pueblo y me levantó por encima de su cabeza con sus poderosos brazos. ¡Le ganó, le ganó! Repetía, mientras me trasladaba hacia la puerta de salida seguido por varios fanáticos de las controversias guajiras.

Esa noche apenas habíamos cantado tres décimas mi contrincante y yo (dos adolecentes de unos doce años cada uno) cuando el auditórium se exaltó al escucharme decir, en versos claro está, que nunca había cantado con décimas aprendidas, en clara alusión al desliz de mi contrario que acababa de repetir unos versos improvisados la semana precedente en Bejucal. Juan, entendió entonces que no había nada más que oír y dio por terminada de esa forma la contienda. Era así de intenso.

En otra ocasión presencié una caída accidental que sufrió en su bicicleta y corrí raudo a auxiliarlo. Bastó eso para que estuviera días y días diciendo en todas partes que yo era ejemplar. ¡Qué bravo es, carajo! Decía.

Juan de Dios fue un gran hombre, sobre todo una persona buena y decente, pero Juan de Dios fue también un personaje muy peculiar a quien había que saber tratar para merecer su amistad, fidelísima siempre. Era, creo yo, muy aprensivo.

Presumía, con toda razón,  de su gran fortaleza física, aunque nunca fue prepotente ni abusador. Era amable con quien le mostraba respeto y consideración.

Pero –y siempre hay un pero-  en su centro de trabajo, que era el mismo de mi padre y de algunos tíos maternos, ciertos elementos gustaban buscarle las cosquillas al Charles Atlas criollo.

Uno de sus colegas se percató, no sé cómo, de que Juan desconocía el significado de la palabra orate y arremetió con toda su artillería: esperó un momento bien concurrido y, la presencia de Juan, para deslizar un comentario sobre mi tío Julio, que no sabía nada del asunto, pero que también era un hombre muy fuerte físicamente.

-Este Julio si está “orate” de verdad, dijo, mientras se tocaba los bíceps, los tríceps y se daba golpecitos en el pecho.

El pobre Juan tragó en seco, bajó la cabeza y abandonó la tertulia.

Al otro día ya todos repetían el chiste: Julio sí está “orate” de verdad, señalando siempre hacia los brazos y el tórax.

A punto de que el comentario se convirtiera en consenso y a la hora en que todos  almorzaban, irrumpió Juan de Dios en el centro del comedor obrero:

-¡¡¡Aquí no hay nadie más orate que yo, carajo!!! Puedo demostrárselo a quien sea.

Trabajo costó desinflar los zumos del herido y presunto atleta. Los mismos sátiros le juraron mil veces que él, Juan, era el más orate de la comarca, que nadie había querido decir lo contrario, sino, que todos también reconocían en Julio ciertas virtudes.

Bien puestos los puntos sobre las íes vino la calma y con ella la reconciliación con mi tío, que  a esas alturas continuaba ajeno a lo que estaba pasando.

Nunca logré saber cómo Juan se enteró de que Orate quería decir loco. Solo sé que  entonces sí se armó la gorda.

Luis Carlos Coto Mederos

Víbora Park, enero 2023

El chino Lam

Para cualquier saludeño el chino Lam bien puede ser Pepe, Roberto, Germán, Orlando o Felo. Creo que hay dos más que nunca conocí porque viven fuera de Cuba desde que tengo uso de razón. De hecho todos son chinos y de apellido Lam; y claro está, hermanos.

Lo curioso es que en La Salud nadie se confunde. Si alguien te dice que se encontró en el parque con el chino Lam tú sabes exactamente de quién se trata, o si te piden el favor de entregar ésto o aquéllo al chino Lam, no habrá problemas, llegará a su justo destino.

Es que cada uno de ellos tiene un perfil muy definido. Dentro de la misma casa donde vivían todos, en una esquina, Roberto, que es Maestro Nacional, tenía su mesa de ajedrez, elegante y bien asistida por todos los fanáticos del pueblo. En otro aparte, el equipo de practicar pesas y los arreos de electricista, era el sitio de Germán y sus acólitos. Mas allá, en un buró lleno de libros y un radio receptor siempre encendido estaba Felo disertando sobre la música cubana al corro de melómanos; y en otro buró lleno de pinceles, bocetos, pinturas y libros especializados, el lugar de Orlando, pintor y maestro de generaciones.

Desde su eterno sillón en la ventana, amablemente saludando, Rosarito, la bendecida madre. Y, con todo el ajetreo de la casa encima, la única hermana, Neyda: la china.

De modo que era fácil saber, según quien te hablaba, de quién te estaban hablando. Así es hasta hoy a pesar de las ausencias.

Quiero anotar que Felo es un reconocidísimo Musicólogo con una obra obra publicada trascendente para la cultura cubana y que Orlando es profesor de la Cátedra de Grabado de San Alejandro, la mundialmente prestigioso escuela de Artes Plásticas.

Todos son mis amigos, pero fue a Roberto a quien conocí primero y con quien colaboré desde la adolescencia. A esa casa natal iba todos los domingos por la mañana con la intención de aprender a jugar ajedrez. Supe de la Siempre viva, de La Inmortal, de Capablanca y sus finales, de Fischer y la Siciliana y de la poderosa Escuela Soviética del juego ciencia. Con Roberto participé en torneos municipales, en simultaneas y en la organización de muchos eventos. Organizábamos campeonatos de ajedrez vivo y de ajedrez postal.

Cuando organizamos el más sonado de los campeonatos de Primera Categoría, Lam (Roberto, para los que no son de La Salud) me hizo juez de salón y ayudante en la confección de los pareos por el Sistema Suizo. Además me pidió que escribiera un pequeño boletín diario con las historias, anécdotas y resultados de la jornada precedente. Puso en mis manos una pequeña imprenta de gomigrafos y bautizamos nuestro boletín: Jaquetón.

Durante los días que duró el certamen, Jaqueton se publicó en el mural de la Academia local. Yo tendría unos 14 años y me enfrentaba empíricamente al imperativo de narrar. A instancias de él comencé a escribir y aún no he terminado.

Justo es agradecerle a Roberto su activismo y a sus hermanos toda la gloria que dispensan a nuestro pueblo.

  • Luis Carlos Coto Mederos
  • Vibora Park, noviembre 2022

Una peña de amor para Miguel Ángel

   -Miguel Ángel, quiero té…

El poeta quedó un instante fijo, como pensando, puso la botella de Ararat, su coñac preferido, sobre la mesa y le alcanzó un vaso de té Lipton negro a la joven que asistía entusiasta a las celebraciones.

Miguel Ángel cumplía nada menos que 66 años de edad y era la primera vez que celebraba uno de sus cumpleaños. A tal fin había reunido en el amplio portal de esquina de fraile de su casa, amigos, familiares, poetas, pintores, trovadores del pueblo y de las zonas aledañas.

A Migue, todos le reconocíamos una gracia poética muy natural e ingeniosa. Es cierto que su instrucción había quedado trunca en algún momento, pero su educación era exquisita. Fue un campesino próspero y un representante genuino del criollismo cubano.

Entre canciones y poemas compartíamos cervezas, rones, vinos, dulces, refrescos, entremés de jamón y queso, tamales, bocaditos, mucha fraternidad cómplice y el té de la historia.

   -Miguel Ángel, quiero té… Repitió insistente la joven por segunda   vez.

Delicadamente nuestro homenajeado volvió a hacer el servicio y para todos fue evidente que algo atravesaba su ágil pensamiento.

Nos dedicó maravillas y nos agradeció a todos, -como si no fuéramos nosotros los agradecidos-, aquella jornada gozosa que estaba viviendo. Todo le parecía poco para brindar y disfrutaba al máximo cada canción, cada poema, cada regalo y cada abrazo de sus amigos allí presentes.

No obstante, algo gravitaba un poco más allá de la tertulia. Aquel sagaz correcaminos pudo percibir segundas intenciones en el inocente té de la velada.

Como el experto cazador que también era, aguzó sus sentidos y al tiempo en que la tímida paloma movió las alas para requerir nuevamente al amable anfitrión…

   -Miguel Ángel, quiero té…

improvisó preciso su décima a quemarropas:

                          Desde que aprendí a quererte

                          me tienes hablando en chino.

                          Mi vida tomó un camino,

                          camino de vida y muerte.

                          Mi suerte será tu suerte

                          hasta el aliento postrero.

                          Y si tu amor verdadero

                          demanda del mío fe,

                          no me digas: -quiero té,

                          mejor me dices te quiero.

Este febrero, Migue, hubiera cumplido 104 años. -Hay hombres que merecen vivir eternamente.

Luis Carlos Coto Mederos

febrero del 2022, Víbora Park

Nota del periódico Trabajadores sobre el homenaje

El record de Darío

Ninguno de los presentes podía recordar el nombre del pelotero norteamericano que había inscrito en los anales del béisbol, MLB, el record de carreras impulsadas en una temporada. Recordaban, sí, que la hazaña había sido en el ya lejano 1930 con 191 carreras al plato.

Félix León García, poeta repentista saludeño estaba de visita en la casa habanera del otro León de la décima en Cuba, Pablo: -Pablo León Alonso.

Darío Corvo, también saludeño y también de visita (en realidad acompañaba a Félix), tampoco podía recordar el nombre del célebre deportista porque sencillamente esas estadísticas excedían sus capacidades intelectuales. Digamos, como se dice ahora, que Darío era un hombre con características especiales.

Así estaba compuesta la concurrencia. Todos representantes y muy amantes del punto guajiro, pero esa tarde de domingo habían desviado la conversación hacia la pelota.

Pasaban, entre refrescos y sorbos de café, Babe Ruth, Conrado Marrero, Adrián Zabala y otros tantos, pero el nombre del as del Chicago Cubs nunca llegó.

Darío, que es el protagonista de esta jornada como verán, se sentía verdaderamente contrariado al no poder sorprender a su ídolo de los guateques campesinos con el hallazgo del nombre en cuestión. Darío era un fanático de Pablo y asistía a todas sus presentaciones habaneras fueran en el municipio que fueran.

Nadie podía afirmar que entendía cabalmente el desarrollo de sus controversias porque Pablo manejaba con mucho acierto todos los recursos poéticos y su obra fue de una exquisitez absoluta.

Repentista de un lirismo impecable siempre estuvo reconocido entre los más grandes del país. También gozaba del prestigio de ser un hombre íntegro: cordial y respetuoso. Darío lo adoraba y Pablo lo sabía.

                                   Darío Corvo, Darío,

                                   Yo sé bien que mi partida

                                   A la casa de tu vida

                                   Le dejó un cuarto vacío.

Así le cantaría a su amigo, años después, cuando ya vivía en Miami y Güira de Melena le organizó un concierto de bienvenida durante su visita a la Patria.

Ya atardeciendo los saludeños se pusieron de pie, dieron las gracias al amable anfitrión y regresaron a La Salud, un pueblito campestre y distante que mucho amaban.

Darío no se dio por vencido, bien entrada la noche fue a ver a un vecino estudioso de la liga profesional de béisbol y le hizo la pregunta de marras:

-Hack Wilson, dijo el presunto especialista.

Y ustedes me van a creer, porque para eso lo cuento. Darío encaminó sus pasos hacia la parada de ómnibus y comenzó nuevamente, casi a las 11.00 de la noche, el recorrido, inverso, de más de 30 Km hacia la casa del bardo.

A la 1:30 de la madrugada estaba, eufórico, destrozándole el sueño con sus toques de puerta al poeta insigne. Le traía a su aeda, con una sonrisa, el nombre del recordista norteamericano e inscribía a su vez para siempre, en la memoria de Pablo, un record nunca antes visto en liga alguna.

Luis Carlos Coto Mederos

Víbora Park, enero 2022

Otra historia saludeña de fantasmas

Ni el frío extremo de aquella mañana dominical de febrero impidió que la señora Esmérida asistiera al cementerio del pueblo a cumplir con su esposo fallecido meses atrás. Desde el infausto día de su pérdida asistía domingo tras domingo, bien temprano, a limpiar y embellecer con flores la tumba familiar.

Aquel era un domingo atípico, pues, aunque los fríos son muy benignos en Cuba, esa mañana el termómetro se daba el lujo de bajar hasta los 2 grados centígrados.

Serían las seis de la mañana cuando la anciana se envolvió en una frazada blanca, tomó unas flores del patio, unos instrumentos de limpieza y partió calle abajo a cumplir su compromiso. Todavía entre dos luces llegó al sagrado recinto, abrió la gran verja frontal que chirriaba por el óxido acumulado, entró y la volvió a cerrar con delicadeza.

-Esposo querido, he llegado hasta aquí sin encontrar a nadie en esas calles. Me vas a perdonar la limpieza tan precaria de hoy, pero estoy tiritando y no me siento capaz de tirar agua con detergente. Creo que barreré meticulosamente todo y te pondré las flores. Tampoco podré permanecer mucho rato. Tu hubieras sabido perdonarme si no llego a venir, pero decidí hacer lo posible para no quedarme con cargos en la conciencia.

Hecho el servicio rezó un padre nuestro, recogió los enseres, se envolvió en la blanca frazada cabeza y todo, y semisatisfecha emprendió la vuelta.

En el mismo instante en que la verja anunciara su salida iba pasando, ensimismado, desentendido, un señor que miró de soslayo hacia el lugar del chirrido. Cuando enfrentó aquella figura de ultratumba que representaba la anciana lanzó un alarido de terror congelado en medio del silencio matinal y emprendió una estampida olímpica por las desoladas callejas.

-Oiga, oiga señor, no corra, venga, venga, no corr…

Todo fue en vano. Quien haya sido el señor, estoy seguro que, en algún momento, en algún lugar, le confesó a alguien que un día, amaneciendo, vio un fantasma.

Luis Carlos Coto Mederos

Víbora Park, enero 2022

El difunto

Como un bólido regresé al lugar donde esperaba mi padre montado en su bicicleta.

Pálido, jadeante, con la boca tan seca que apenas podía articular palabras sólo lograba repetir sin parar:

-El muerto… el muerto… el muerto…

– ¿El muerto? ¿qué dices?… ¿qué muerto?

-El padre de Francisco

– ¿Qué es eso, muchacho? Deja de decir tonterías…

-Que lo vi, me abrió la puerta…

– Ah, cará… y dale con eso. Vamos, vamos hasta allí.

-No, no. Yo no voy

-Vamos, vamos conmigo a ver.

-No, no.

-Vamos.

Me tomó con firmeza por el antebrazo mientras cruzábamos el portón de la herrería contigua a la humilde casa de Francisco, para, según la costumbre campesina, dar los buenos días por la puerta de atrás.

-Buenos días… respondió el pobre anciano que permanecía en el umbral y no comprendía aun el motivo de mi estampida.

– ¿Francisco, está?

-El salió a unos menesteres, pero debe estar al llegar, pueden esperarlo si lo desean.

-Somos amigos de él y queríamos verlo y acompañarlo un rato después de la novedad.

-Adelante, siéntense y les hago café mientras esperan.

Yo temblaba de pies a cabeza.

-Por su inmenso parecido usted debe ser hermano del difunto.

-Gemelo, sí, pero la edad y las enfermedades ya no me permiten viajar frecuentemente. Pinar del Rio está lejos. Esta vez vine por lo que pasó y para estar unos días con Francisco que está tan solo…

Y acto seguido comenzó a encender aquel fogón de caña de millo donde su hermano, el difunto, acostumbraba hacer el café (-que está ansiao, hijo) entre el sonido crepitante y la pajuza voladora del socorrido combustible.

Algo me había calmado, pero miraba aquella escena con recelo. Tan parecidos hasta en los gestos, en las inflexiones de la voz, en la amabilidad y en las costumbres.

Yo había cumplido ya los diez años y era la primera vez que entraba en pánico.

-El niño se asustó porque no esperaba encontrarlo a usted. En realidad, no sabíamos. Francisco nunca me dijo que el viejo era gemelo. Sabíamos, eso sí, de sus raíces pinareñas, pero él es de poco hablar y como siempre está trabajando, el pobre…

-No hace mucho él estuvo por allá un par de días.

-Sí, sí.

Y la conversación se hizo cada vez más familiar, como en las visitas anteriores donde tomábamos el mismo café, hecho en el mismo fogón y pudiera decirse que por las mimas manos.

-Bueno, mi viejo, disculpe las molestias. Parece que Francisco va a tardar. Dígale que Neno y el muchacho vinieron por aquí, que en pocos días volvemos. Fue un placer conocerlo.

-El placer fue mío. Le daré sus razones a Francisco.

Y comenzamos el regreso buscando la salida a través de la herrería. Nos volteamos para decir un último adiós, pero al parecer el anciano había entrado en la casa y cerrado la puerta.

Luis Carlos Coto Mederos

Víbora Park, enero 2022

Patricio Lastra

Patricio Lastra es un personaje célebre de La Salud, mi pueblo. Quizás mis paisanos gusten llamarlo celebérrimo. Yo estaría de acuerdo.

Fue un repentista sin igual, un decimista único, un improvisador genial. Fue conocido en Cuba, todos lo sabemos, como “El Rey de los Pensamientos”.

Su fama de poeta guajiro está muy bien acompañada de un anecdotario satírico humorístico casi interminable.

Hace algunos años, mi amigo, el también poeta saludeño Fermín Carlos Díaz publicó un libro con parte de su poesía y de sus anécdotas. Magnífico y merecido homenaje a un artista popular nuestro.

Fue el creador y presidió por años el Bando Lila, según Fermín Carlos <<una verdadera institución con junta directiva de dieciocho miembros, un enorme listado de socios divididos en comité de apoyo y un notable sistema de promoción y propaganda muy personal.>>

Patricio falleció en su casa de Marianao cuando yo tenía apenas siete años. Recuerdo la consternación que nos causó la noticia de su muerte repentina. Recuerdo también cuando lo vi por vez primera. Quizás un año antes de aquel infausto día.

Estábamos mi padre y yo frente a lo que era entonces el policlínico del pueblo, la casa que habían dejado los Rouco cuando se marcharon a vivir a otros lares: el estado la había convertido en una especie de Casa de Socorro.

Un viejecito amable y sonriente se nos acercó saludando efusivamente a mi papá. Era Patricio.

Tras el intercambio de saludos mi padre le dijo señalándome a mí: -Patricio, este niño quiere ser poeta…

Puedo asegurar que nunca había manifestado tales deseos y sobre todo que no tenía -y no tengo- idea de qué era eso de ser poeta. Fue la manera que encontró pipo para darle un pie al genio improvisador.

En consecuencia, el juglar comenzó a dispararme a quemarropa, una tras otra, muchas décimas. Sólo recuerdo que todas terminaban diciendo: – “¡Y te enseñaré a poeta!”

Las personas que esperaban, como nosotros, por los servicios médicos fueron agrupándose a nuestro alrededor y disfrutaban mucho de aquella disertación coherente y rimada que hacía las delicias de cualquiera.

Con los últimos versos de una décima se despidió del corro y nos dedicó una pícara sonrisa al tiempo que decía adiós con su mano. Todos quedamos allí sonriendo, y aplaudiendo, en medio de la calle. Ese era Patricio.

Cuentan que durante una controversia cierto contrario lo amenazaba con tumbarle (metafóricamente) el bohío, aludiendo al programa radial llamado “Una hora en mi bohío”, liderado por Patricio. El bardo saludeño le ripostó enérgicamente:

Son muchos los que han querido
desbaratar mi bohío
pero hasta aquí amigo mío,
ninguno lo ha conseguido,
porque él está construido
con material de lealtad,
tablas de sinceridad,
cuje y guano de civismo,
clavos de compañerismo
y cimientos de amistad.

Patricio nació en la finca Ramírez, situada en la carretera que va desde La Salud a San Antonio de los Baños.

Si vas a mi casa un día
encontrarás en la entrada
una palma jorobada 
y una mata de baría.

Así identificaba el poeta la entrada a su finca. Creo que todavía están la palma jorobada y la mata de baría como diciéndonos: —“Aquí nació un hijo célebre de este pueblo”.

Hace algunos días, hablando con mi hermano Pedro José, me recordó y me hizo anotar esta glosa que leí siendo niño en uno de los pocos libros que escribió el popular repentista.

La historia de mis amores

Entré en un jardín sin flores
cabizbajo y pensativo.
Cojo la pluma y escribo
la historia de mis amores.

Una vez sin experiencia
yo celebré una porfía
sin saber que me cubría
el velo de la inocencia.
A una joven con prudencia
le declaré mis amores
y me amó, pero señores,
oirán mis lamentos luego
que por mis pasiones ciego
entre en un jardín sin flores.

Todo el mundo me decía
que mi dama idolatrada
se encontraba deshonrada
pero yo no lo creía.
La adoraba, la quería
con un cariño excesivo
y como joven altivo
al ver que de ella se hablaba
amándola me encontraba
cabizbajo y pensativo.

Me quise desengañar
si el público comentaba
o si con fijeza hablaba
para mi burla evitar.
Me dije voy a olvidar
la crítica que recibo
y a continuación describo
ante un juez llamado Antonio
la firma del matrimonio;
cojo la pluma y escribo.

En fin, cuando disfrutaba
de los placeres con ella
vi oscurecida la estrella
que entre dudas me alumbraba.
Luego a los seres juzgaba,
no como comentadores,
sino, como anunciadores
de un extenso padecer
que al final iba a tener
la historia de mis amores.

No quise que quedaran en el olvido estos chispazos de la memoria agradecida. Fue un honor haberle conocido.

Luis Carlos Coto Mederos
Marianao, 18.06.2019

En una charanga en Songo

En una charanga en Songo
conocí una negra conga
que poseía una tonga
de gusto en el pirindongo.
Yo enseguida le propongo
salir a bailar pachanga,
se formó la burundanga
en cuanto se armó la rumba
y al poco rato Lumumba
estaba entrando en Catanga

Miguel Ángel Ávila.