Una peña de amor para Miguel Ángel

   -Miguel Ángel, quiero té…

El poeta quedó un instante fijo, como pensando, puso la botella de Ararat, su coñac preferido, sobre la mesa y le alcanzó un vaso de té Lipton negro a la joven que asistía entusiasta a las celebraciones.

Miguel Ángel cumplía nada menos que 66 años de edad y era la primera vez que celebraba uno de sus cumpleaños. A tal fin había reunido en el amplio portal de esquina de fraile de su casa, amigos, familiares, poetas, pintores, trovadores del pueblo y de las zonas aledañas.

A Migue, todos le reconocíamos una gracia poética muy natural e ingeniosa. Es cierto que su instrucción había quedado trunca en algún momento, pero su educación era exquisita. Fue un campesino próspero y un representante genuino del criollismo cubano.

Entre canciones y poemas compartíamos cervezas, rones, vinos, dulces, refrescos, entremés de jamón y queso, tamales, bocaditos, mucha fraternidad cómplice y el té de la historia.

   -Miguel Ángel, quiero té… Repitió insistente la joven por segunda   vez.

Delicadamente nuestro homenajeado volvió a hacer el servicio y para todos fue evidente que algo atravesaba su ágil pensamiento.

Nos dedicó maravillas y nos agradeció a todos, -como si no fuéramos nosotros los agradecidos-, aquella jornada gozosa que estaba viviendo. Todo le parecía poco para brindar y disfrutaba al máximo cada canción, cada poema, cada regalo y cada abrazo de sus amigos allí presentes.

No obstante, algo gravitaba un poco más allá de la tertulia. Aquel sagaz correcaminos pudo percibir segundas intenciones en el inocente té de la velada.

Como el experto cazador que también era, aguzó sus sentidos y al tiempo en que la tímida paloma movió las alas para requerir nuevamente al amable anfitrión…

   -Miguel Ángel, quiero té…

improvisó preciso su décima a quemarropas:

                          Desde que aprendí a quererte

                          me tienes hablando en chino.

                          Mi vida tomó un camino,

                          camino de vida y muerte.

                          Mi suerte será tu suerte

                          hasta el aliento postrero.

                          Y si tu amor verdadero

                          demanda del mío fe,

                          no me digas: -quiero té,

                          mejor me dices te quiero.

Este febrero, Migue, hubiera cumplido 104 años. -Hay hombres que merecen vivir eternamente.

Luis Carlos Coto Mederos

febrero del 2022, Víbora Park

Nota del periódico Trabajadores sobre el homenaje

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