Pedro Antonio Santacilia y Palacios

Extraída de Google

En el mismo año de 1853, cuando nació en La Habana el Apóstol de la independencia cubana José Martí y Pérez, Benito Juárez, el Benemérito de las Américas, conoció en Nueva Orleans y le entregó su amistad, al doble patriota cubano y mexicano Pedro Santacilia y Palacios.

Pedro Antonio Santacilia y Palacios nació en Santiago de Cuba, el 24 de junio de 1826. Época de un cierto sentimiento liberartario en la mayor de las Antillas: Se formaban sociedades secretas, crecían las logias masónicas y muchos españoles radicados en la isla abogaban por el fin del injusto sistema de gobernación que imponía España a sus colonias.

En el año 1836, al restablecer la reina María Cristina la Constitución liberal de 1812, la isla quedó gobernada por dos militares españoles diametralmente opuestos en sus concepciones y principios: el despótico capitán general Miguel de Tacón, imponiendo el viejo orden en la zona occidental y el mariscal de campo Manuel Lorenzo, un líder progresista, en la zona oriental.

Pedro Antonio era hijo de un teniente de granaderos del ejército español llamado Joaquín Santacilia y de una mujer, de nombre Isabel, natural de la isla de Santo Domingo, matrimonio muy ligado a la vida del entonces gobernador oriental.

Con los nuevos aires arremolinados del movimiento constitucional, muy pronto el territorio oriental se vio sitiado y asediado por las fuerzas  conservadoras de Tacón, quien no admitía liberalismos de algún tipo. El mariscal Manuel Lorenzo y su edecán Joaquín Santacilia, junto a sus familiares,  tuvieron que exiliarse en Jamaica. Así, con apenas 10 años de edad, nuestro patriota en cierne se ve obligado, por primera vez, a abandonar el país que lo vio nacer.

Con  diecinueve años y un título de bachiller obtenido en España, adonde había ido a recalar desde Jamaica, regresa el joven Pedro Antonio a Santiago de Cuba para insertarse en el panorama de auge económico e intelectual existente en la urbe. De inmediato se dedicó al magisterio y al periodismo, llegando a colaborar con diversas publicaciones: El Redactor, El Orden, Semanario Cubano, El Colibrí, Revista de Cuba, El Artista, El Almendares, La Piragua y La Semana Literaria.

Fue Socio de Mérito del Liceo Científico, Artístico y Literario de La Habana y junto a otros intelectuales, realizó en Santiago de Cuba, la publicación de  Ensayos Literarios.

Paralelamente seguía creciendo el sentimiento criollo de independencia contra la metrópolis española. Al quedar descubiertas varias conspiraciones sus principales participantes fueron ejecutados vilmente. Las autoridades españolas sospecharon también de Santacilia y ordenaron su inmediata detención. Se le formo expediente al igual que a otros jóvenes, por impedir un baile que daban los integristas hispanos en El Caney, el 17 de agosto de 1851 y otro, que había sido convocado para el 10 de octubre de ese año en la Sociedad Filarmónica de Santiago de cuba. El fundamento de la protesta juvenil expresaba el luto por el fusilamiento, apenas dos meses atrás  en Puerto Príncipe, Camagüey, de Joaquín Agüero y otros patriotas.

Lo remitieron a La Habana y en la cárcel del Castillo del Príncipe aguardó la deportación. El 25 de enero de 1852, sin cumplir aún sus 26 años, embarcó hacia España. No volvería jamás a Cuba.

…¡Adiós, pueblo mio! –Con voz iracunda
 que parta me ordena destino feroz,
 el llanto por eso mis ojos inunda
 que es triste a la patria mandar un ¡adiós!
  
 Si quiere el destino que lejos sucumba 
 del suelo adorado que vida me dio
 mi voz postrimera: la voz de la tumba
 en alas del viento te irá con mi ¡adiós!

Meses después escapó de España a Gibraltar y, luego, a Estados Unidos de América; allí estuvo en Nueva York y Nueva Orleans donde hizo amistad con el líder mexicano que trabajaba como torcedor de tabacos en una factoría; el indio pobre que a fuerza de voluntad e inteligencia había llegado a ser gobernador del estado d Oaxaca y diputado de la nación azteca, el expatriado político, Benito Juárez. De inmediato Santacilia se convirtió en simpatizante de sus luchas y unió su destino al pueblo mexicano.

Es de destacar que en 1856 publico en Nueva York, El arpa del proscrito, su único poemario y en 1858 ve la luz, en esa ciudad norteamericana, El laúd del desterrado, una antología que recoge poesías patrióticas de José María Heredia, Leopoldo Turla, Pedro A. Castellón, José A. Quinteros, Miguel Teurbe Tolón y Juan Clemente Zenea. De Pedro Santacilia su poema, A España.

…¡Desdichada nación! –Ayer tu nombre
 llenaba con su gloria el Universo, 
 hoy… olvidada vives de la historia
 que menosprecia referir tus hechos.

Tres años antes, aun en Nueva Orleans, cuando Juárez se dirigía a su país para apoyar el Plan de Ayutla, y poner fin al despotismo de Santa  Anna, Pedro Santacilia le preguntó: ¿Dónde nos volveremos a encontrar? Juárez dijo: “En México libre o en la eternidad”.

A raíz de la primera presidencia de Don Benito Juárez, Santacilia se las agenció para hacerle llegar a México, armas y  otros pertrechos de guerra cuando a su amigo se le dificultaba obtenerlos en otros sitios.

En 1862, Pedro Santacilia y Palacios llegó a México como socio de la firma americana Goicuría & Santacilia, pero alentado por la amistad del presidente Juárez decidió establecerse en el país azteca. En ese mismo año conoció a una joven graciosa de apenas 18 años de edad, Manuela Juárez Maza, hija de Don Benito. A partir de ese momento las vidas del poeta cubano y del líder zapoteca comenzarían a quedar atadas también por lazos familiares.

El cubano sumó a sus habituales quehaceres literarios y periodísticos una amplia incursión en la política. Llegó a ser el secretario de la Presidencia de la República.

Cuando ocurre la invasión francesa y la instauración del imperio de Maximiliano, el santiaguero prosiguió al lado de su amigo mexicano. El 23 de mayo de 1863 contrajo matrimonio con Manuela, la mayor de las hijas de Juárez.

Al arreciar la lucha contra la ocupación francesa el presidente envió a su familia a Nueva York y le encargó su custodia a “mi hijo Santa” como le llamaba cariñosamente a su yerno cubano. Juárez, incansable, se movía por Saltillo, Monterrey, Chiguagua y Paso del Norte. Santacilia realizaba desde el exterior toda clase de gestiones con el fin de conseguir ayuda para la campaña que extinguiría a Maximiliano y su imperio.

Aquel “cubano con alma mexicana”, según lo llamó Alfonso Herrera Franyutti, supo cumplir sus obligaciones con su segunda patria. Desalojado el imperio francés y muerto Maximiliano, la familia presidencial se reunió en Ciudad México. Vuelve a ser activo colaborador con la vida cultural, política y social del país. Dirige periódicos como el Diario Oficial, publica textos de ficción y da a conocer su estudio El movimiento literario de México. En siete ocasiones fue electo diputado al congreso de la nación.

Cuba no quedaría olvidada en los sentimientos patrióticos de Santacilia. Aceptó el nombramiento de agente diplomático que le hizo la República de Cuba en Armas después del alzamiento del 10 de octubre. Convenció a Juárez para que reconociera el derecho a la beligerancia de los cubanos, y el 3 de abril de 1869 logró que el gobierno azteca firmara un decreto para permitir que los barcos con bandera cubana fueran recibidos en los puertos mexicanos. México fue el primer país en reconocer la independencia de Cuba.

Después de la muerte de Don Benito Juárez, ocurrida en 1872, Pedro Santacilia y Palacios permaneció en ese país junto a su familia: Esposa, tres hijas y seis nietos. Conservó su posición de diputado durante el gobierno del presidente Lerdo. A la casa de Tiburcio 18 en Ciudad de México fue a visitarlo José Martí en 1875 tras su llegada al país amigo. Santacilia propició su entrada a los círculos de intelectuales revolucionarios que luchaban por la causa cubana. Martí lo calificaría más tarde como “el fiel cubano Santacilia”.

Ya anciano seguía con mucho desvelo el proceso libertario cubano: la guerra necesaria, desde 1895 hasta su desenlace mediatizado producto de la intervención norteamericana, el 20 de mayo 1902.

No obstante al abrir sus puertas el primer consulado de cuba en México, Pedro Santacilia es la primera persona que acudió a esa oficina para hacer constar su condición de cubano y su deseo de ser tenido como ciudadano de su país natal.

En carta a su amigo y patriota Francisco Sellen, el 15 de diciembre de 1901, le había dicho:

¿Verdad que es muy agradable eso de ser paisano de Heredia y de Maceo?

Y el 9 de noviembre de 1903, le alertó:

La triste historia de todas las repúblicas americanas de origen español, debe servir a los cubanos de provechosa enseñanza para lo futuro, sabiendo cómo deben saber, que a la menor apariencia de guerra civil, volverán los yanquees y esa vez será para no volver a salir.

Don Pedro Santacilia y Palacios murió el 2 de mayo de 1910, en Ciudad de México. Sus restos reposan junto a los de sus familiares en esa patria que amó tanto como a la suya propia. México y Cuba comparten en él una bonita historia de amor y patriotismo.

La Habana, mayo del 2016

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