Palabras para la contraportada del libro de Judit.

 Contraportada

 

  

  

  

 

 Desde que el gran poeta modernista Rubén Darío recopiló en un libro titulado Los Raros, una serie de semblanzas de autores admirados por él, sabemos un poquito más sobre ciertas almas que nos salen de repente al encuentro en la cotidianeidad.
Esas personas guardan en sí, -y para sí en un primer momento-, el germen de la genialidad creativa. Sucede siempre que al fin el talento los desborda y terminan revelando ante la sociedad su bien guardado secreto: una irresistible vocación artística.
Hoy tengo ante mí una serie deliciosa de obras realizadas con la técnica del kirigami y otra serie deslumbrante de dibujos a plumilla. Todas pertenecen a la artista Judit Báez González.
Tengo la dicha de conocer a Judit desde que era muy pequeñita. La he visto crecer y convertirse en una preciosa muchacha.
Claro que correteaba por el patio de mi casa junto a su hermana menor y mi niña. Claro que reía y alborotaba como las demás, mientras en vespertinas tertulias compartíamos café y afectos su familia y la mía. Pero era evidente, Judit nos hacía saber, siempre, que guardaba un secreto. Hoy diríamos mejor: un tesoro.
Martí nos advierte en LA Edad de Oro que “… en las almas de las niñas sucede algo parecido a lo que ven los colibríes cuando andan curioseando por entre las flores.”
Hoy podemos exhibir con mucho orgullo en este libro, gracias al hermano Ignacio Cabera, una pequeña muestra de su vasta producción. Sirva pues para celebrar el talento de tan bella jovencita y para darle una bienvenida muy saludeña al caudaloso universo de sus sueños.

Luis Carlos Coto Mederos
Monterrey, 15 de enero del 2020

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