Patricio Lastra es un personaje célebre de La Salud, mi pueblo. Quizás mis paisanos gusten llamarlo celebérrimo. Yo estaría de acuerdo.
Fue un repentista sin igual, un decimista único, un improvisador genial. Fue conocido en Cuba, todos lo sabemos, como “El Rey de los Pensamientos”.
Su fama de poeta guajiro está muy bien acompañada de un anecdotario satírico humorístico casi interminable.
Hace algunos años, mi amigo, el también poeta saludeño Fermín Carlos Díaz publicó un libro con parte de su poesía y de sus anécdotas. Magnífico y merecido homenaje a un artista popular nuestro.
Fue el creador y presidió por años el Bando Lila, según Fermín Carlos <<una verdadera institución con junta directiva de dieciocho miembros, un enorme listado de socios divididos en comité de apoyo y un notable sistema de promoción y propaganda muy personal.>>
Patricio falleció en su casa de Marianao cuando yo tenía apenas siete años. Recuerdo la consternación que nos causó la noticia de su muerte repentina. Recuerdo también cuando lo vi por vez primera. Quizás un año antes de aquel infausto día.
Estábamos mi padre y yo frente a lo que era entonces el policlínico del pueblo, la casa que habían dejado los Rouco cuando se marcharon a vivir a otros lares: el estado la había convertido en una especie de Casa de Socorro.
Un viejecito amable y sonriente se nos acercó saludando efusivamente a mi papá. Era Patricio.
Tras el intercambio de saludos mi padre le dijo señalándome a mí: -Patricio, este niño quiere ser poeta…
Puedo asegurar que nunca había manifestado tales deseos y sobre todo que no tenía -y no tengo- idea de qué era eso de ser poeta. Fue la manera que encontró pipo para darle un pie al genio improvisador.
En consecuencia, el juglar comenzó a dispararme a quemarropa, una tras otra, muchas décimas. Sólo recuerdo que todas terminaban diciendo: – “¡Y te enseñaré a poeta!”
Las personas que esperaban, como nosotros, por los servicios médicos fueron agrupándose a nuestro alrededor y disfrutaban mucho de aquella disertación coherente y rimada que hacía las delicias de cualquiera.
Con los últimos versos de una décima se despidió del corro y nos dedicó una pícara sonrisa al tiempo que decía adiós con su mano. Todos quedamos allí sonriendo, y aplaudiendo, en medio de la calle. Ese era Patricio.
Cuentan que durante una controversia cierto contrario lo amenazaba con tumbarle (metafóricamente) el bohío, aludiendo al programa radial llamado “Una hora en mi bohío”, liderado por Patricio. El bardo saludeño le ripostó enérgicamente:
Son muchos los que han querido desbaratar mi bohío pero hasta aquí amigo mío, ninguno lo ha conseguido, porque él está construido con material de lealtad, tablas de sinceridad, cuje y guano de civismo, clavos de compañerismo y cimientos de amistad.
Patricio nació en la finca Ramírez, situada en la carretera que va desde La Salud a San Antonio de los Baños.
Si vas a mi casa un día encontrarás en la entrada una palma jorobada y una mata de baría.
Así identificaba el poeta la entrada a su finca. Creo que todavía están la palma jorobada y la mata de baría como diciéndonos: —“Aquí nació un hijo célebre de este pueblo”.
Hace algunos días, hablando con mi hermano Pedro José, me recordó y me hizo anotar esta glosa que leí siendo niño en uno de los pocos libros que escribió el popular repentista.
La historia de mis amores
Entré en un jardín sin flores
cabizbajo y pensativo.
Cojo la pluma y escribo
la historia de mis amores.
Una vez sin experiencia yo celebré una porfía sin saber que me cubría el velo de la inocencia. A una joven con prudencia le declaré mis amores y me amó, pero señores, oirán mis lamentos luego que por mis pasiones ciego entre en un jardín sin flores. Todo el mundo me decía que mi dama idolatrada se encontraba deshonrada pero yo no lo creía. La adoraba, la quería con un cariño excesivo y como joven altivo al ver que de ella se hablaba amándola me encontraba cabizbajo y pensativo. Me quise desengañar si el público comentaba o si con fijeza hablaba para mi burla evitar. Me dije voy a olvidar la crítica que recibo y a continuación describo ante un juez llamado Antonio la firma del matrimonio; cojo la pluma y escribo. En fin, cuando disfrutaba de los placeres con ella vi oscurecida la estrella que entre dudas me alumbraba. Luego a los seres juzgaba, no como comentadores, sino, como anunciadores de un extenso padecer que al final iba a tener la historia de mis amores.
No quise que quedaran en el olvido estos chispazos de la memoria agradecida. Fue un honor haberle conocido.
Luis Carlos Coto Mederos
Marianao, 18.06.2019