Siempre he sentido algo muy especial por las manifestaciones populares de la cultura. En ellas está el alma toda de los pueblos, en ellas vibra la gente tal como es.
Eso lo aprehendí de niño en La Salud.
Los pueblos de campo son pródigos en historias y personajes populares y La Salud anduvo siempre a la vanguardia en eso.
Cuentos, décimas, anécdotas, canciones y parodias de canciones muy conocidas eran el plato fuerte de aquellas tertulias infinitas que brotaban silvestres en todas las esquinas. El parque, sobre todo en las noches y los domingos, se erguía como catedral de estas delicias.
Cualquier acontecimiento era propicio. Siempre encontrabas a alguien capaz de colocarse al centro de un grupo de amigos para divertirlos o llenarlos de asombro. Gente verdaderamente simpática y con un dominio absoluto y natural de las más tradicionales técnicas comunicativas.
Quizás mi hermano, Pedro José, haya tocado la cima. Dueño de una sólida cultura, de un histrionismo depurado, y de una memoria heredada y digna de nuestro padre Neno es hoy, algo así como, un honorable albacea.
He puesto el texto en pretérito porque, desdichadamente, sospecho que se ha ido perdiendo aquel modo de vida bucólico y con él buena parte de nuestra identidad. Confió que, aún, muchos saludeños y saludeñas guarden, al amparo de su cariño, historias nuestras. Les invito a compartirlas.
También le he pedido a mi hermano me transfiera todo lo que ronda por su cerebro y su sonrisa para ponerlo en esta página que él y yo dedicamos con todo respeto y amor a nuestro querido pueblo.
Luis Carlos Coto Mederos
Marianao, septiembre del 2018.
La yegua de Lopetey
Voy a hacer la biografía de un cuento que se ha hecho ley: la yegua de Lopetey que a conocerla fui un día. Cuanta sorpresa la mía cuando la vi en el corral con su blúmer de percal con zipper y ligadura tapándole la hermosura trasera del animal. Este es un caso especial me dije mientras miraba cuando al fin me percataba que eso era descomunal. Aquel dichoso animal mostraba un hecho evidente, tan moral y tan decente que unos blúmeres usaba, porque así no le enseñaba la misicumbia a la gente. Esa yegua era bastante presumida y recatada, muy decente y preocupada por mantener su talante. Su perfume desbordante la hacía más presuntuosa. Con chancletas color rosa comía bajo el guayabo y una gran trenza en el rabo la hacía lucir preciosa. Cuando me fui me dijeron que un potro llegó al corral y a tan decente animal los blumers se le cayeron. Las chancletas se perdieron corriendo por el batey, y debajo de un mamey el potro la aprovechó y así se desprestigió la yegua de Lopetey. Anónimo
En la finca “La Jutía”
En la finca “La Jutía” vive un tal Juan Barceló que cierta noche llenó de asombro la sitiería. Después de pasar un día comiendo lechón asado, col y aguacate morado se acostó sin presentir lo que le iba a ocurrir por llenarse demasiado. Ya quedándose dormido cuentan que se le escapó un viento que le dejó todo el hogar destruido. Fue tan grande el estampido que hasta el vecino del frente levantándose impaciente dijo a su esposa Pilar: -lo que acabo de escuchar es una cosa imponente. En desastroso desliz las palmas se temblequearon y muchas de ellas quedaron arrancadas de raíz. No quedó una codorniz que no dejara su nido y hasta el verraco aturdido rompió del corral la cerca diciendo: -vámonos puerca que te llama tu marido. Cuentan que al siguiente día después que el estruendo oyeron mil periodistas vinieron a la finca “La Jutía”. De Francia, Alemania, Hungría, de Brasil, Rusia y Japón llegaban con la intención de estudiar con sabio acento el secreto de aquel viento que sonó más que un cañón. De todo lo que he contado surgieron mil cosas mas pero para lo demás yo no estoy capacitado, y si crees que te engañado puedes visitar un día a la finca “La Jutia” y así sabrás como yo que el cuerpo de Barceló le está ardiendo todavía. Anónimo
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Gracias a usted por su opinión
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