Allá va Don amargado y en su silencio se esconde, pues no quiere irse de donde tanto trabajo ha pasado. Le espera el iluminado mundo cooperativista, y ante la nueva conquista del campo desarrollado, vuelve su espalda Amargado, se calla y baja la vista. Va camino del batey que es de su vida verdugo. Carga en los hombros el yugo que le corresponde al buey. Lleva en su frente la ley equívoca del pasado, y cubre al viejo Amargado en su soledad fatal, la razón del animal y el atraso del arado. En la finca colindante crecía digna y altiva, la alegre cooperativa con su estatura gigante. Contempló por un instante con una mirada terca, que ya no estaba la puerca amarrada en el batey y terneros, vaca y buey habían brincado la cerca. Sólo el gallo del guajiro quiso aliviarle el delirio, pero un profundo martirio desató tras un suspiro. El gallo con débil giro cantó su “quiquiriquí”, y sin vacilar, allí Amargado lo mató, porque en su canto creyó oír, -“Vámonos de aquí”. Un vecino que llegó al punto de esta lujuria, con la voz llena de furia al campesino increpó: “Mátame a mi –le gritó- guajiro individualista, y si tu línea egoísta te empeñas en mantener, también mata a tu mujer que ya es cooperativista”. La razón y la verdad nunca son contemplativas, y nuestras cooperativas descubren la realidad. Se alivio la terquedad en el rostro de amargado y se le vio iluminado por una expresión furtiva. Miró la cooperativa diciendo: -“Seré afiliado”.
Luis Carlos Coto Mederos
Mención en el concurso “Dímelo cantando” del semanario Palante.