Arcoíris

-¿Qué es esa bandera, abuelo,
que adorna el atardecer?
-Es el arcoíris, Thiago,
que sale a lucir sus galas
cuando acaba de llover.
De un salto llega hasta el cielo
para enseguida volver.
-Yo quiero lucir mis galas
también al atardecer.
Como el arco de colores
del cielo quisiera ser.
Llevar aromas de frutas
y esparcirlas por doquier
para los niños del mundo
que pintan de rosicler
las auroras de sus vidas.
Ayúdame, abuelo, a ser.
Claro que sí, niño mío.
Intentarlo es un placer.

Ayer, Hoy y Mañana.

A Thiago, mi pequeño nieto.

Ayer, Hoy y Mañana salieron a caminar muy temprano para disfrutar del bosque. Ayer iba cargado de recuerdos, Hoy, demasiado centrada en lo que acontecía y Mañana tenía los ojos llenos de sueños. El viejo Ayer era padre de la hermosa Hoy, quien a su vez era madre del pequeño Mañana.

Pareciera algo trivial: un paseo campestre y familiar de domingo.

Sucedió que cada cual iba tan inmerso en su personaje que sólo podía ver el mundo muy sesgadamente, según su propia medida, y como era tan diferente de uno a otro, no podían compartirlo.

Ayer miraba sólo hacia atrás, Hoy, hacia el camino y Mañana ponía sus ojos sobre la misma línea del horizonte.

Así, desentendidos, no tardaron en extraviarse. Pronto se vieron solos, confundidos, desesperados.

Ayer, después de dar vueltas y vueltas buscando a sus vástagos, se dejó caer, lloroso, a los pies de una ceiba del camino; Hoy, a punto de enloquecer gritaba a los cuatro puntos cardinales su desesperanza; y Mañana continuaba caminado, raudo, sin percatarse, aún, de su desamparo.

Pasaron las horas amargas hasta que su desventura se hizo sed y cada uno, a su modo, recordó el remanso: el único lugar fresco donde el río descansaba cristalino.

Enrumbaron sus pasos hacia el agua por la necesidad impostergable y, ¡zaz!, allí se encontraron nuevamente. Cuánta alegría, qué alborozo.

Cada quien narró su experiencia a los otros y al término fue Hoy quien dijo:

-Volveremos al camino, pero ahora tomados de las manos. Hemos aprendido que el bosque todo, alienta solamente en los tres, sin menoscabo.

Luis Carlos Coto Mederos

Vibora Park, diciembre de 1922

Donde los sueños…

A mis tres hijos:
Luisito, Ale y Greisy, la niña de todos.

El Tú que puso papá
en la página no es de uno
sino, de tres, pues ninguno
para sí lo retendrá.
Antes mejor lo pondrá
al otro en sus propias manos.
Así, vivirán cercanos
en el Tú del libro viéndose
los tres y los tres queriéndose
como tres buenos hermanos.

 

Canción del Sol y la Luna

El sol está enamorado 
de la luna y pasa el día 
buscándola por el cielo 
de una orilla a la otra orilla. 

La luna que ya lo sabe 
vistió a la noche de fiesta 
y se puso muy romántica 
a brillar con las estrellas. 

Pero no se han visto nunca 
y la culpa es del reloj. 
Cuando ella se levanta 
el otro ya se acostó. 

Canción del sol y la luna 
escrita en el firmamento. 
Si alguna vez se encontraran 
otro día te lo cuento.

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