A Melba, con su mismo dolor.
Quererlo, lo que se dice quererlo, no lo quería. Cuando supe de su existencia sentí una gran curiosidad por conocerlo, pero, era solo eso, curiosidad.
… -Mi verdadero Padre! -Mi padre biológico.
No recuerdo haberlo visto nunca. De hecho hasta hace poco más de dos años no sabía de su existencia. Dice mi madre que fue muy sinvergüenza. Que no me quería. Que hizo bien en irse a vivir a Miami y olvidarse de ella y de mí.
-¡Qué raro! ¿Y la familia de él, digo, la mía también? Hasta entonces nunca supe nada de algún abuelo o algún tío de esa parte. En su lugar, una familia emergente hacía su juego.
Cuando le pregunté, mi madre dijo que mi abuela, es decir la madre del hombre que era mi padre, era loca y había muerto hacia mucho tiempo. Del abuelo dice que no sabe, pero lo recuerda viviendo con ellos en aquella época, y parece que murió también. Que tengo, eso sí, una tía, pero, que vive allá, donde vive ahora el susodicho progenitor.
La historia que quiero contarles comenzó cuando el azar y mi mala costumbre de andar chismoseando hicieron que cayera en mis manos aquella carta que firmaba un hombre hasta entonces desconocido. Yo no entendía nada pero estaba dirigida a mi madre y evidentemente hablaba de mí. Fui corriendo y la puse sobre la mesa de la cocina-comedor e increpé a mi madre:
-¿Qué significa esto?
Ese día pasé de la inocencia plena a la conciencia más desabrida que he tenido en mi dichosa vida. Me sentí ofendida, burlada, tratada como no lo merecía, carajo, que yo tenía ya mis buenos veinte años.
Por vez primera y con mucha rabia tomé las riendas de mi vida. Juré que en lo adelante nadie me utilizaría otra vez y que iba a influir con mi voluntad para que las cosas sucedieran como yo quería. Me presenté delante de todo cubano de Miami que visitaba a su parentela en el pueblo. Pregunté por él, si lo conocían, si lo habían visto, si sabían donde vivía…hasta que di con la persona adecuada. Le envié, a mi vilipendiado padre, una carta y una foto y me quedé con el alma limpia esperando ser correspondida.
No me defraudó. Escuchen:
Hija queridísima, qué linda eres. Estoy mirando tu foto y contestando tu carta. No lo puedo creer. Estoy llorando. Un día sabrás todo lo que intenté para darte mi amor y mi apellido, pero hoy, cuando me embarga la felicidad más grande de este mundo no quiero hablar de cosas tristes.
Aquí está. Su primera carta. ¡Qué carta ni carta! -¡Su primer beso, su foto de cuerpo entero, su radiografía!
Dicen que la atracción de la sangre es poderosa y es verdad. Desde ese día le creí y hasta hoy no siento asomos de dudas.
Fue amor aquel ir y venir de cartas y postales y nimiedades que hacen las delicias del ausente. Fue amor aquel pedir y otorgar perdones… Fue amor del bueno sellado con promesas y planes futuros.
A pesar de los muchos disgustos con mi madre, de sus improperios continuados, todo por culpa de los malditos celos, -lo celaba antes a él y a mí ahora-, sostuve muy en alto la moral y como en un rompecabezas fui colocando las piezas, una a una, en su debido lugar, hasta lograr un resultado: -¡Mi padre viajaría a Cuba! Continuaríamos frente a frente aquella relación intensamente filial que ya sobrepasaba los dos años de encuentros postales.
Querida chiquita linda” Ya pronto estaremos juntos. He tenido que poner en orden un millón de documentos. Ha sido muy afanoso, pero vale la pena si es para tenerte entre mis brazos. Esto es una locura. En menos de un mes, si Dios quiere, nos vemos en La Habana.
¡En menos de un mes…!
En menos de una semana llegó un telegrama de mi tía. Mi padre había sido encontrado muerto, sentado a la mesa de su cocina-comedor, sobre una carta que intentaba escribir.
Injustamente, injustamente, la vida me negaba también la segunda y última oportunidad de abrazarlo.