A Thiago, mi pequeño nieto.
Ayer, Hoy y Mañana salieron a caminar muy temprano para disfrutar del bosque. Ayer iba cargado de recuerdos, Hoy, demasiado centrada en lo que acontecía y Mañana tenía los ojos llenos de sueños. El viejo Ayer era padre de la hermosa Hoy, quien a su vez era madre del pequeño Mañana.
Pareciera algo trivial: un paseo campestre y familiar de domingo.
Sucedió que cada cual iba tan inmerso en su personaje que sólo podía ver el mundo muy sesgadamente, según su propia medida, y como era tan diferente de uno a otro, no podían compartirlo.
Ayer miraba sólo hacia atrás, Hoy, hacia el camino y Mañana ponía sus ojos sobre la misma línea del horizonte.
Así, desentendidos, no tardaron en extraviarse. Pronto se vieron solos, confundidos, desesperados.
Ayer, después de dar vueltas y vueltas buscando a sus vástagos, se dejó caer, lloroso, a los pies de una ceiba del camino; Hoy, a punto de enloquecer gritaba a los cuatro puntos cardinales su desesperanza; y Mañana continuaba caminado, raudo, sin percatarse, aún, de su desamparo.
Pasaron las horas amargas hasta que su desventura se hizo sed y cada uno, a su modo, recordó el remanso: el único lugar fresco donde el río descansaba cristalino.
Enrumbaron sus pasos hacia el agua por la necesidad impostergable y, ¡zaz!, allí se encontraron nuevamente. Cuánta alegría, qué alborozo.
Cada quien narró su experiencia a los otros y al término fue Hoy quien dijo:
-Volveremos al camino, pero ahora tomados de las manos. Hemos aprendido que el bosque todo, alienta solamente en los tres, sin menoscabo.
Luis Carlos Coto Mederos
Vibora Park, diciembre de 1922