Como un bólido regresé al lugar donde esperaba mi padre montado en su bicicleta.
Pálido, jadeante, con la boca tan seca que apenas podía articular palabras sólo lograba repetir sin parar:
-El muerto… el muerto… el muerto…
– ¿El muerto? ¿qué dices?… ¿qué muerto?
-El padre de Francisco
– ¿Qué es eso, muchacho? Deja de decir tonterías…
-Que lo vi, me abrió la puerta…
– Ah, cará… y dale con eso. Vamos, vamos hasta allí.
-No, no. Yo no voy
-Vamos, vamos conmigo a ver.
-No, no.
-Vamos.
Me tomó con firmeza por el antebrazo mientras cruzábamos el portón de la herrería contigua a la humilde casa de Francisco, para, según la costumbre campesina, dar los buenos días por la puerta de atrás.
-Buenos días… respondió el pobre anciano que permanecía en el umbral y no comprendía aun el motivo de mi estampida.
– ¿Francisco, está?
-El salió a unos menesteres, pero debe estar al llegar, pueden esperarlo si lo desean.
-Somos amigos de él y queríamos verlo y acompañarlo un rato después de la novedad.
-Adelante, siéntense y les hago café mientras esperan.
Yo temblaba de pies a cabeza.
-Por su inmenso parecido usted debe ser hermano del difunto.
-Gemelo, sí, pero la edad y las enfermedades ya no me permiten viajar frecuentemente. Pinar del Rio está lejos. Esta vez vine por lo que pasó y para estar unos días con Francisco que está tan solo…
Y acto seguido comenzó a encender aquel fogón de caña de millo donde su hermano, el difunto, acostumbraba hacer el café (-que está ansiao, hijo) entre el sonido crepitante y la pajuza voladora del socorrido combustible.
Algo me había calmado, pero miraba aquella escena con recelo. Tan parecidos hasta en los gestos, en las inflexiones de la voz, en la amabilidad y en las costumbres.
Yo había cumplido ya los diez años y era la primera vez que entraba en pánico.
-El niño se asustó porque no esperaba encontrarlo a usted. En realidad, no sabíamos. Francisco nunca me dijo que el viejo era gemelo. Sabíamos, eso sí, de sus raíces pinareñas, pero él es de poco hablar y como siempre está trabajando, el pobre…
-No hace mucho él estuvo por allá un par de días.
-Sí, sí.
Y la conversación se hizo cada vez más familiar, como en las visitas anteriores donde tomábamos el mismo café, hecho en el mismo fogón y pudiera decirse que por las mimas manos.
-Bueno, mi viejo, disculpe las molestias. Parece que Francisco va a tardar. Dígale que Neno y el muchacho vinieron por aquí, que en pocos días volvemos. Fue un placer conocerlo.
-El placer fue mío. Le daré sus razones a Francisco.
Y comenzamos el regreso buscando la salida a través de la herrería. Nos volteamos para decir un último adiós, pero al parecer el anciano había entrado en la casa y cerrado la puerta.
Luis Carlos Coto Mederos
Víbora Park, enero 2022
Esta historia me hizo recordar tan bien a tu papá Neno. Me parecía estarlo viendo contigo del brazo llevándote a ver a señor. Muy linda historia mi amigo de la
Infancia. Me trajo lindos recuerdos. “El fogón de caña de millo” y El colador de café.
Graciaas Emilia, tu siempre tan amable. Yo se que tambien recuerdas esas cosas como yo. Las escribo para eso, para que no se pierdan en estos tiempos de tanta tecnología y violencia. Nuestra infancia en La Salud fue un remanso al cual siempre queremos volver.
Hermoso cuento, deja muchas cosas para imaginar. Es la muestra de esos recuerdos de niños que nunca olvidamos y que siempre recordamos incluso como si aún fuéramos niños .
Me encantó este cuento lleno de la inocencia de un niño..pero con una historia para recordar..se me apretó el pecho..es bello tu cuento mi amor..
Gracias, mi amor.