-Niño, te compro la chiva…
Entonces me asaltaba la rabia. ¿Cómo hacerle comprender al imprudente que el velocípedo mío: deseo, sueño, milagro de aquellos días de enero, no podía ser un animalejo, sino, una firme razón para estar en este mundo?
-Niño, te compro la yegua…
Un homicida nacía cada vez. Nadie podía insultar así mi velocípedo: imagen de la gracia de Dios mediante una epifanía poseída.
-Niño, te compro la mula…
¡Qué maldición la de aquel sátiro intenso a quien deseaba todas las penas habidas!
Quizás le hice mal de ojos o fue el azar quien le arrebató el aliento en el mismo sillón del portal desde donde me lanzaba sus propuestas…
Ha pasado el tiempo… He vuelto al sitio del recuerdo y no he visto si no un vacío, un silencio, una oquedad en la orfandad de mi pecho y por vez primera su sonrisa, la sonrisa en el anciano rostro del noble Zacarías.
Luis Carlos Coto Mederos
Víbora Park, julio del 2021