Hay un grupo de artistas, un grupo de amigos y un pueblo de campo que varios de los que estamos aquí llevamos muy adentro de nuestros corazones.
Hace muchos años comenzó esta historia cuando cada cual ensillo su caballo, puso un pie en el estribo e inventó su derrotero. Un rosario de aventuras personales que a ratos convergen.
Fue el resultado de la sensibilidad humana, de la contemporaneidad y de haber crecido juntos en un lugar sin manchas de cuyo nombre sí quiero acordarme: La Salud.
No fue el propósito de algunos, fue, quizás, el azar de todos.
Jorge Báez González es quien nos reúne en esta tarde citadina. Ya nos reunió otras muchas veces en lugares diferentes pero siempre con su trabajo de artista pulcro desafiando la violencia. Esa es la clave para entender su obra definitivamente abstracta.
Recuerdo que Báez fue, hace años, un joven apuesto que se marchó a Ciego de Ávila detrás de quien es aún una hermosa joven y desde entonces su esposa: mi amiga María Esther, aquí presente.
Veinte años anduvo trabajando por allá. Veinte años poniéndole luces y colores al paisaje morones.
Una tarde, sin previo aviso, Ignacio Cabrera, -poeta y pintor saludeño-, me llamo desde su casa en la Florida norteamericana y me dijo: -Báez se mudó muy cerca de tu casa de Aldabó, ésta es su dirección en Altahabana. Al día siguiente fui a su encuentro. Lo llamé con todos sus nombres: Jorge Báez Gonzales, Artista de la Plástica, saludeño empedernido, amigo de siempre. Me respondió con su habitual sonrisa hospitalaria. Estaba trabajando desde el amanecer, curándose las HERIDAS del alma, tras el largo camino que es la vida, con pinceladas de esperanza entre sorbos de café.
La vida me devolvía de ese modo parte de mi perdida juventud.
Esta tarde de arte y amistad en La Habana Vieja nació aquella mañana de Altahabana. Otra suerte ha sido la acogida que el Taller Experimental de Papel Artesanal de la Oficina del Historiador de la Ciudad ha brindado a la muestra de Báez. Termino con los siguientes versos que hablan del misterio de la creación y que con gusto dediqué a mi amigo. Espero humildemente también ser acogido.
En una taza de café
Para mi amigo y pintor Jorge Báez González
Amanece sorbo a sorbo en una taza de café, es preciso conciliar el airecillo de colores silvestres el anónimo piar de la mañana y el zumo de la dicha. Árbol de la heredad que es más que sueño. Metáfora de Dios trino omnisciente. Hagámoslo de modo que no tarde nuestro pincel en dibujar un gesto de gratitud en el albor del día. Digámoslo así sencillamente: Gracias. Preciso es reparar también los pormenores de la nostalgia febrilmente acantilada en las desnudas fibras del recuerdo como deuda mortal de los mortales. Holograma pueril de rostro inacabado. Que Dios una y mil veces nos perdone. Hora es de comenzar. Desde la sangre de los oficios solitarios vuelvo por la impiedad de ser a ser yo mismo: -Un frágil leviatán que a veces llora. No me preguntes cómo haré ni cuándo. Cuento contigo. Que Dios nos acompañe.
Luis Carlos Coto Mederos
La Habana, 18.11.2016.
Fotos: Melba Díaz